Los Procesos Psicosociales desde la Perspectiva Evolucionista

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Introducción

Casi un siglo después de Darwin, los científicos sociales estaban reacios a aceptar que esa teoría tenga algo que aportarles. Nuestra especie, según ellos, se liberó de las ataduras biológicas hace mucho, por lo que intentar explicar nuestra mente y conducta en términos evolucionistas supone un reduccionismo que enmascara nuestra singularidad, por no hablar del determinismo genético: no es en los genes, sino en la cultura donde debemos buscar las causas de lo que pensamos y hacemos.

El Origen. Lo que Darwin Dijo y lo que no Supo Decir

Los supuestos e inferencias de la Teoría de la evolución por selección natural son los siguientes:
  1. Las especies son capaces de producir descendientes en exceso.
  2. El tamaño de las poblaciones de individuos tiende a permanecer estable a lo largo del tiempo.
  3. Los recursos de los que se abastecen los individuos son limitados. Inferencia: de aquí que se produzca una lucha entre individuos por la existencia.
  4. Los individuos difieren en los rasgos que les permiten sobrevivir y reproducirse.
  5. Al menos una parte de la variación de esos rasgos es genéticamente heredable.
    • Inferencia 1: existe una producción y supervivencia diferencial de descendientes de miembros genéticamente distintos dentro de una población. Esa supervivencia y reproducción diferencial es la selección natural. 
    • Inferencia 2: A lo largo de muchas generaciones la selección natural dará lugar a la evolución de los rasgos que sean más adaptativos que otros.
Una de las aportaciones cruciales de Darwin fue incluir la conducta y los procesos mentales subyacentes como partes del fenotipo de los miembros de la especie y considerarlos como objeto de la selección natural como los rasgos físicos: aquellos que contribuyan a la supervivencia y reproducción del organismo se propagarán, y los que no serán eliminados.
Una limitación importante es que no explica cómo se producen esas variaciones individuales sobres las que actúa la selección natural ni cómo se heredan. La Teoría darvinista no era capaz de explicar los casos de ayuda a congéneres a costa de uno mismo. Los altruistas no habrían podido prosperar si arriesgaban su supervivencia por otros sin reproducirse. El propio Darwin era consciente de esta limitación de la teoría y lo reconocía refiriéndose ala conducta de las obreras de hormigas y abejas, que ayudan a sacar adelante a los descendientes de la reina en lugar de reproducirse ellas mismas.

Lagunas que se han Rellenado: Desarrollos Posteriores de la Teoría Darwinista

La eficacia biológica inclusiva

El término fue acuñado por William Hamilton para referirse a la capacidad de propagación de los genes de un organismo a la siguiente generación, no sólo a través de sus descendientes, sino también de forma indirecta, mediante su influencia en la reproducción de individuos que comparten genes con él. Lo que importa de cara a la selección natural no son los individuos, sino sus genes. La Teoría de la evolución de Darwin sostenía como principio fundamental la eficacia biológica individual, pero esto no explicaba por qué se producían tantos casos de “altruismo” en las sociedades animales, en las que había individuos que no dudaban en morir sin dejar descendencia para salvar la vida de otros miembros del grupo.
La eficacia biológica inclusiva es la aportación más importante de la Sociobiología a la explicación evolucionista de la conducta, pero también ha provocado polémica en las implicaciones que algunos sociobiólogos han extraído de él.
Se ha acusado a la Sociobiología de abusar del concepto de eficacia inclusiva. Para los sociobiólogos todo lo que hacemos es por y para la mayor propagación de nuestros genes. En este sentido, el sacrificio de la propia vida en favor de un pariente no sería altruismo, sino egoísmo genético, como afirma Richard Dawkins. Este autor llega más lejos, imaginando a los organismos como meros vehículos de propagación genética. Pero se ha malinterpretado el sentido de sus planteamientos debido a una lectura demasiado literal, por varias razones:
  • La eficacia biológica inclusiva no se refiere a una motivación consciente de los organismos, sino a una predisposición genética.
  • Aumentar la eficacia biológica inclusiva es la función última de toda conducta, lo que no quiere decir que toda conducta esté genéticamente determinada. El aprendizaje cumple la misma función como mecanismo de herencia que los genes.
  • El términos egoísmo empleado por Dawkins debemos hacerlo en relación con la ganancia o pérdida en propagación genética que esa conducta conlleva. No hay ninguna connotación motivacional, ni implica que los organismos sean “moralmente” egoístas.
A la Sociobiología clásica le interesan los efectos de la conducta, no las motivaciones ni las intenciones: no diferencia entre resultados intencionados y no intencionados, ni entre la conducta que beneficia a uno mismo y la que beneficia a los demás.

La selección por parentesco

Hamilton descubrió el mecanismo e la eficacia inclusiva estudiando el comportamiento de las abejas. Sólo la abeja reina se reproduce, mientras que las demás colaboran para sacar adelante a los descendientes de aquella. Ya que las obreras comparten una gran parte de su dotación genética con la reina, el comportamiento altruista de las hembras estériles podría transmitirse a la siguiente generación a través de sus sobrinas. A partir de estos estudios, Hamilton desarrolló su modelo de la selección por parentesco, que explica la evolución de la conducta altruista en función de los beneficios que obtiene el receptor, los costes en los que incurre el donante y la relación de parentesco entre ellos. Para que este tipo de selección tenga lugar es necesario que los individuos sean capaces de reconocer de quiénes son sus parientes. Los mecanismos que pueden servir para ese reconocimiento son:
  • Distribución espacial. Tratar como parientes a los individuos que viven en la misma área geográfica.
  • Frecuencia de asociación. Tratar como parientes a los individuos con los que se interactúa frecuentemente.
  • Semejanza fenotípica. Tratar como parientes a los individuos que se parecen a uno mismo o a aquellos con los que uno se ha criado.
  • Reconocimiento genético. Tratar de forma innata como parientes a individuos que poseen una determinada marca genética.
Entender qué mecanismos hay implicados puede tener importantes consecuencias para la posible mejora de las relaciones entre grupos. Si tenemos en cuenta la tendencia a favorecer a los que consideramos nuestros parientes, los dos primeros mecanismos sugerirían la conveniencia de que diferentes grupos vivan próximos e interactúen. De acuerdo con el tercer mecanismo, habría que iniciar la integración étnica en la etapa preescolar y fomentar la adopción de elementos externos similares (ropa, forma de hablar, etc.). El cuarto mecanismo hace más difícil la intervención porque el aprendizaje social no está implicado.
La ayuda a los parientes es un fenómeno tan generalizado que nadie los considera especialmente meritorio, e incluso hay normas sociales para contrarrestar una tendencia tan arraigada en la naturaleza humana y evitar que dé lugar a situaciones injustas, como en el caso del nepotismo en el ámbito laboral o político.

Altruismo selectivo
Burnstein, Crandall y Kitayama realizaron estudios para determinar en qué condiciones la decisión de ayudar a otros se ve influida por consideraciones de parentesco.
Plantearon la hipótesis de que, puestos en la coyuntura de tener que decidir a quién ayudar, los participantes elegirían a los familiares cercanos antes que a los parientes lejanos, pero esto sólo ocurriría en situaciones de vida o muerte, cuando la eficacia biológica inclusiva se viera reducida. En situaciones menos críticas, la decisión se regiría por criterios morales y por normas sobre los que es socialmente valorado, como ayudar al más necesitado o al más vulnerable.
Los resultados confirmaron la hipótesis, y no se encontraron diferencias ni en función del sexo de los participantes ni en función de su nacionalidad.

El altruismo recíproco

El concepto de altruismo recíproco de Robert Trivers daba cuenta de las conductas perjudiciales para el actor, pero cuyo efecto es beneficios para otro individuo no emparentado: estaremos dispuestos a ayudar a personas que no sean parientes nuestros siempre que tengamos ciertas garantías de que nos van a devolver el favor, a nosotros mismos o a nuestros parientes.
Esta teoría da más importancia a otros factores intermedios distintos del reconocimiento del parentesco (empatía, culpa, gratitud…) necesarios para motivarnos a ayudar y corresponder a otros y para asegurarnos de que se cumplen las condiciones de reciprocidad. El altruismo recíproco implica riesgos, depende de la confianza y requiere rechazar o castigar a los individuos que no devuelven los favores. No funciona con individuos que se ven poco o no se identifican ni saben quién les ha hecho un favor. Dado que la devolución del favor no es inmediata, hace falta buena memoria y relaciones estables. Esto no quiere decir que los miembros de una especie necesiten tener en cuenta los beneficios del apoyo mutuo cuando se ayudan entre sí. Estos beneficios pueden ser tan indirectos y a tan largo plazo que sólo sean relevantes en una escala de tiempo evolutiva.

La inversión parental

Trivers también desarrolló la Teoría de la inversión parental, que amplía la concepción que Darwin tenía de la selección sexual como explicación de las diferencias físicas, mentales y conductuales entre sexos. Muchas especies tienen rasgos que dificultan la supervivencia de los individuos y, de esos rasgos sólo están presentes en uno de los sexos. Esos rasgos han sido seleccionados porque contribuyen al éxito en el apareamiento, y lo hacen por 2 vías: mediante la selección que uno de los sexos hace entre los miembros del otro al elegir pareja (selección intersexual) y mediante la competición entre los miembros de uno de los sexos por el acceso a una pareja del otro sexo (selección o competición intrasexual). Aunque ambas estrategias pueden coexistir en una misma especie, lo normal es que en unas especies predomine la competición intrasexual y en otras la selección intersexual.
Según esta teoría, el sexo que más invierte en su descendencia, por ser el que más tiene que perder, será el que elija, mientras que el otro sería el que compite. En el caso de los mamíferos las hembras invierten más que los machos porque la fabricación de óvulos es más escasa que la de espermatozoides, y una vez fecundadas deben esperar un periodo relativamente largo hasta volver a ser fértiles.
Hay especies como la humana en las que el macho también invierte en el cuidado y manutención de las crías. En especies en las que los machos no pueden estar seguros de su paternidad la inversión supone un riesgo para su propia eficacia biológica, a menos que exista una confianza razonable en que esas crías no son de otro. Martin Daly y Margo Wilson obtuvieron un hallazgo muy importante referido a las relaciones entre padrastros (y madrastras) y sus hijastros: que estas relaciones son mucho más conflictivas y con peores desenlaces que las de padres-hijos biológicos. Algunos estudios sociológicos habían encontrado que la familia es el contexto en el que se producen más homicidios, y lo explicaban como consecuencia de la mayor frecuencia de contacto. A esto también se le ha llamado el “efecto Cenicienta”. Aunque era cierto, contradecía el principio del nepotismo, según el cual los organismos tienden a favorecer a sus parientes como vehículos de propagación de sus propios genes.
Pero también hay casos de familias con padrastro o madrastra y no se producen estos sucesos. Su elevada frecuencia invalida la idea de que sean la excepción que confirma la regla. La respuesta está en la Teoría del altruismo recíproco, que postula que con tal de conseguir que sus propios genes se propaguen, los organismos son capaces de ayudar a otros a propagar los suyos si están seguros de que les devolverán el favor. Un padrastro puede conseguir más en términos de eficacia reproductiva si trata bien a los hijos de su esposa que si los mata.
También existen otros métodos para rastrear los orígenes de la psicología humana, como el estudio del registro fósil y la comparación entre especies filogenéticamente cercanas. El objetivo de estas comparaciones es determinar por qué un rasgo concreto aparece en una especie y no en otra. Se supone que si aparece sólo en una su origen será posterior al momento en que ésta se separó del tronco común con especies cercanas.

Cómo se Estudian los Procesos Psicosociales desde la Perspectiva Evolucionista

La Etología humana estudia la base biológica que subyace en la conducta social tanto mediante la investigación comparada de distintos grupos animales como en busca de los mecanismos más básicos del comportamiento social de nuestra especie.
El estudio de especies cuyos individuos viven en grupos hizo comprender a los etólogos que el grupo era el contexto en que se producía la conducta individual y que ésta evolucionaba en un ambiente físico y social. Los que no aceptaban las normas del grupo tenían menos probabilidades de reproducirse y eran más susceptibles de ser expulsados del grupo.
La adaptación de los individuos al medio social implicaba ajustarse a las respuestas de otros o modificarlas, lo que daba lugar a mecanismos sociales que facilitaban la existencia del grupo, de gran importancia para la supervivencia de los individuos.

Utilidad de los estudios etológicos con primates no humanos para la Psicología Social

Permiten extraer inferencias sobre el comportamiento social de nuestra propia especie en los siguientes aspectos:
  • Ponen de manifiesto la diversidad de la organización y la conducta social dentro del grupo zoológico al que pertenecemos en relación con las exigencias del medio.
  • Aportan sugerencias sobre la evolución de los mecanismos que regulan la interacción dentro del grupo.
  • Proporcionan análisis de los sistemas de comunicación que precedieron a la evolución del lenguaje y que conservamos en la comunicación no lingüística.
  • Permiten aislar las características únicas que han evolucionado en nuestra especie.
Nick Haslam hace un análisis de las relaciones sociales y el sistema sociocognitivo que las sustenta. Se basa en los modelos básicos de organización social propuestos para los grupos humanos por el antropólogo Alan Fiske. Tres de los cuatro modelos relacionales de Fiske en humanos aparecen también en otros primates: el basado en la percepción de los demás como semejantes, en la interdependencia y solidaridad, el que organiza las relaciones en términos de jerarquías de estatus y el basado en la igualdad y la reciprocidad. Sólo el último, el basado en el cálculo proporcional de costes-beneficios es exclusivo de la especie humana.

Los etólogos sugieren que, ya que las capacidades sociales y cognitivas del ser humano tienen que haber evolucionado mediante la selección natural ha sido la necesidad de manejar complejas estrategias sociales lo que ha favorecido que se desarrollen las capacidades que hoy conocemos. Esta es la “hipótesis de la inteligencia social”.

Estudios etológicos sobre la conducta social humana

La Etología humana lleva décadas acumulando datos sobre la interacción entre nuestras disposiciones y potencialidades innatas y las características del contexto social y cultural, han encontrado que ciertas tendencias conductuales son omnipresentes en los seres humanos, algunas de las cuales nos diferencian de otras especies y se consideran características de nuestra especie. La forma que adoptan estas tendencias depende del contexto social y cultural que viven los individuos. P. ej, existe gran cantidad de datos de especies no humanas que muestran la presencia de respuestas preferentes a ciertas configuraciones estimulares. Pero también nuestra especie tiene una tendencia a responder automáticamente ante determinados estímulos. Ej: la respuesta maternal que provocan ciertas características de los bebés. Los etólogos dicen que nuestra respuesta específica a las características de los bebés ha sido seleccionada a lo largo de la evolución de nuestra especie porque aumenta las oportunidades e supervivencia de los individuos en un momento de la vida en que son totalmente vulnerables y dependientes. En nuestro comportamiento concreto con los bebés intervienen factores culturales, sociales e individuales, que darían diferentes formas a esa tendencia común a toda la especie.
Honrad Lorenz observó que muchos de los animales de los dibujos de Walt Disney mostraban rasgos que parecían caricaturas de las características de los bebés humanos (frente grande y redondeada, ojos grandes, nariz pequeña y grandes mofletes).
Además de características estructurales, posturas, movimientos o conductas también pueden actuar como estímulos desencadenantes de respuestas automáticas en otro individuo de la especie. Estos movimientos expresivos provocan una reacción concreta y son la base de un sistema de comunicación innato. Su función es informar al otro obre lo que uno va a hacer en un futuro inmediato.
En nuestra especie poseemos algunos de esos movimientos señalizadotes en nuestra conducta no verbal. Las señales empleadas en la comunicación no verbal humana cumplen una importante función en la interacción y las relaciones entre individuos. La extensa gama de señales comunicativas humanas va desde las que son panculturales hasta las idiosincrásicas de cada individuo.
Movimientos expresivos humanos como la sonrisa y el llanto aparecen incluso en bebés que han nacido sordos y ciegos, por lo que no es probable que las influencias culturales tengan un papel muy importante en el desarrollo de su forma característica. Las situaciones que provocan dichos movimientos expresivos, y el significado que se les asigna difieren de una cultura a otra, y a veces de un individuo a otro dentro de la misma cultura. Un estudio etológico en esta área es el de Jan Van Hoof sobre la evolución de la risa y la sonrisa humanas. A partir de un estilo comparado de expresiones faciales en diversas especies, Van Hoof propuesto que nuestra sonrisa y risa están filogenéticamente relacionadas con dos expresiones presentes en otros primates: la mueca de miedo (expresión con dientes descubiertos) y la “cara de juego” (boca abierta relajada, sin mostrar mucho los dientes).
La expresión de dientes descubiertos en silencio, que era una pauta propia de situaciones defensivas o protección, llegó también a significar sumisión, ausencia de hostilidad y finalmente actitud amistosa. La expresión de boca abierta relajada está asociada a situaciones de juego brusco simulando peleas y persecuciones, típico de los individuos jóvenes del grupo, y a menudo acompañada de vocalizaciones.
La sonrisa y la risa humanas han evolucionado a partir de una mezcla de esas dos expresiones, se han encontrado, p. ej, que los niños utilizan la sonrisa para apaciguar a otro que es dominante sobre ellos. Estudios más recientes han puesto de manifiesto las expresiones faciales y las vocalizaciones que las acompañan (concretamente a la risa).
Lo que se propone es la continuidad evolutiva de la tendencia conductual, pero no necesariamente de los contextos en los que se utilizan, que estarían más determinados por variables culturales (p. ej, en algunas cultura la risa es una conducta habitual en los funerales). La naturaleza de los factores que provocan la emoción expresada depende mucho de la experiencia social, y esa experiencia social influye también en el grado en que el estado interno en cuestión es expresado.
Los etólogos también han explorado algunas áreas de las relaciones interpersonales y grupales en busca de la selección natural. Un ej es el estudio del desarrollo de las relaciones sociales que mantiene el individuo desde que nace hasta que alcanza la edad adulta. La evolución que van experimentando las relaciones que mantiene la persona, suponen cambios en su ambiente social. Debe ir adaptándose a ellos poco a poco, ya que le proporcionan el medio adecuado para su desarrollo personal en cada etapa de su vida. P. ej, le ayudan a pasar de la dependencia de la madre al rechazo de ésta. También el que prefiera a los compañeros de su edad es ventajoso para aprender estrategias sociales y adaptarse a la vida en grupo. Es posible encontrar principios similares en primates no humanos y humanos referentes al modo en que los individuos forman relaciones durante su ontogenia.
Por lo que se refiere a la transición que realiza el niño desde el apego casi exclusivo a los padres a los primeros signos de independencia, suele ser la madre o ambos progenitores los que inician el proceso, muchas veces en contra de los deseos del niño (escenas en las guarderías el primer día, p. ej), lo que sería una explicación en términos de causas inmediatas.
También puede darse una explicación funcional. La preferencia de los iguales sobre los adultos una vez que la necesidad de protección está satisfecha y el ambiente se ha hecho familiar, tiene una función biológica. Las relaciones amistosas con personas conocidas con un nivel de maduración semejante proporcionan la base óptima para el desarrollo social porque permiten la experimentación directa de conductas correctas o incorrectas, que son funcionales para la competencia social. Y la competencia social es crucial para la supervivencia y reproducción.
En la interacción con adultos muchas conductas serían censuradas. Pero estas conductas también fomentan el desarrollo social. P. ej, la capacidad para atacar a otros y para controlar la hostilidad de otros se potencian en el juego brusco, y estrategias tan valiosas socialmente como la reconciliación o el apaciguamiento tras un conflicto se aprenden mucho antes si se practican en conflictos reales con otros.
Esta forma de entender el desarrollo social como una interacción continua entre la persona y las exigencias del contexto social cambiante es característica del enfoque etológico. El niño no es considerado como un adulto en miniatura, sino como una persona que debe adaptarse al medio en que vive para poder llegar a ser adulto. Al etólogo le interesa cómo se las van arreglando para resolver los problemas que se les van presentando en cada momento. Y la forma en que los consigan tendrá consecuencias para su funcionamiento posterior. Aquí se distinguen de los sociobiólogos, cuyo interés primordial es el periodo en el que tiene lugar la reproducción y la edad adulta.
Los etólogos han hecho aportaciones en otros aspectos como el apego, la elección de pareja, el cortejo y la conducta sexual, los aspectos funcionales de la agresión, etc.

Mecanismos psicológicos adaptados para la detección de tramposos

El supuesto central de la Psicología Evolucionista es que el cerebro humano está compuesto por una gran número de mecanismos especializados o algoritmos que fueron moldeados por la selección natural a lo largo del tiempo para resolver problemas que nuestros acensaros encontraban reiteradamente, como elegir los alimentos, repartir la inversión entre los hijos, seleccionar pareja o reconocer a los parientes. Son mecanismos innatos de aprendizaje especializado que organizan la experiencia es esquemas significativos. Una vez activados por un determinado problema, focalizan la atención, organizan la percepción y la memoria y recuperan el conocimiento especializado que conduce a hacer inferencias, juicios y elecciones apropiadas para ese contexto particular. La Psicología Evolutiva intenta explicar la naturaleza de esos problemas ancestrales y desarrollar las estrategias conductuales que han evolucionado como solución a esos problemas.
La forma de vida que ha caracterizado el 95% de nuestra especie consisten formar sociedades simples, con caza y recolección no intensivas en pequeñas bandas nómadas con un sistema de autoridad descentralizado, una reciprocidad generalizada, escasa riqueza, igualdad de estatus entre los machos adultos y alianzas difusas y flexibles entre bandas.
Según los psicólogos evolucionistas, los problemas que tenían que afrontar y resolver nuestros ancestros no coinciden con los que ahora se le presentan al ser humano. Muchas veces da lugar a un desajuste entre los mecanismos ancestrales que hemos heredado y las demandas del medio en que vivimos.
Uno de esos problemas, que afecta especialmente al altruismo recíproco es la detección de tramposos, puesto que depende los “favores” se devuelvan. Leda Cosmides y John Tooby han desarrollado un programa de investigación experimental y se han centrado en el razonamiento sobre el intercambio social, sobre interacciones en las que los implicados dan y reciben recursos o favores. Las razones que los autores dan para estudiar los mecanismos psicológicos para la detección de tramposos son:
  1. Existe una base teórica sobre el intercambio social desde el punto de vista evolucionista (Teoría del altruismo recíproco) que permite la formulación y contrastación de hipótesis.
  2. Es probable que las situaciones de intercambio social hayan constituido uno de los problemas recurrentes a los que se han tenido que enfrentar nuestros ancestros durante millones de años y que exigen el empleo de mecanismos especialmente adaptados. Esta suposición se ve apoyada por varios tipos de evidencia empírica:
    1. La conducta de intercambio social es universal y muy elaborada en todas las culturas humanas actuales incluyendo las de cazadores – recolectores.
    2. Los chimpancés también practican formas muy refinadas de intercambio recíproco, lo que implica que algunas adaptaciones cognitivas para el intercambio social estaban presentes en la línea de los homínidos por lo menos antes de separarnos de los chimpancés.
    3. Los datos paleoantropológico también sugieren la antigüedad de este comportamiento. Ej: intercambio de carne por diversos servicios.
  3. Demostrar la existencia de mecanismos cognitivos especializados en contenidos de intercambio social, pero no activados ni aplicados a contenidos diferentes, supondría demostrar también lo erróneo del modelo estándar de las ciencias sociales, que predice que los procedimientos de razonamiento aplicados a situaciones de intercambio social deberían ser los mismos que se aplican a otro tipo de contenidos, y que cualquier variabilidad encontrada sería debida a variables experimentales, no al contenido en sí.
En lugar de “intercambio social”, Cosmides y Tooby dicen contrato social, como una situación en la que una persona está obligada a satisfacer un requisito de determinado tipo, normalmente con coste para ella para tener derecho a recibir un beneficio de otro individuo. Un tramposo es una persona que se beneficia ilícitamente, recibiendo un beneficio sin satisfacer el requisito correspondiente.
Para confirmar la hipótesis de que existen procedimientos de inferencia especializados para la detección de tramposos es necesario demostrar que esos procedimientos están bien diseñados para detectar tramposos en contratos sociales y que sus características no se explican mejor como subproductos de procesos cognitivos que evolucionaron para resolver algún otro tipo de problema.
Cosmides y Tooby recurrieron a los estudios sobre razonamiento humano, concretamente sobre detección de violaciones de reglas condicionales. Las personas no somos buenos detectores de violaciones de este tipo de reglas ni cuando se refieren a contenido familiares sacados de la vida cotidiana. Si se demuestra que las personas normalmente no son capaces de detectar violaciones de reglas condicionales, pero que sí pueden hacerlo cuando las violaciones representan trampas en un contrato social, se tendría una prueba de las personas poseen procedimientos de razonamiento especialmente diseñados para detectar tramposos en situaciones de intercambio social. Las conclusiones de los estudios de Cosmides y Tooby son las siguientes:
  1. Los algoritmos (mecanismos) que gobiernan el razonamiento sobre contratos sociales (situaciones de intercambio social) incluyen procedimientos de inferencia especializados para la detección de tramposos. El porcentaje de personas que responden bien en tareas de detección de violaciones de contratos sociales es superior al de las que resuelven bien problemas sobre violación de otro tipo de reglas. Si se plantea las personas situaciones poco cotidianas que implican contratos sociales, sus respuestas a la hora de detectas violaciones de las reglas son mejores que ante situaciones familiares que no implique contrato social.
  2. Estos procedimientos de detección de tramposos no pueden detectar violaciones que no correspondan a “trampas” (errores, p. ej). Cuando se plantean situaciones en las que las reglas de contrato social se violan de forma no intencionada, los sujetos responden peor.
  3. Los algoritmos que gobiernan el razonamiento sobre contratos sociales operan incluso en situaciones no familiares.
  4. La definición de trampa a la que se refieren los algoritmos depende de la perspectiva de cada uno.
  5. A la hora de calcular la representación de costes y beneficios de un contrato social, los algoritmos funcionan con igual exactitud desde la perspectiva de las dos partes. Las personas resuelven correctamente la tarea tanto cuando se les asigna un papel como cuando se les asigna el complementario.
  6. Los algoritmos no pueden operar para detectar tramposos a menos que a la regla se le haya asignado la representación de coste-beneficio de un contrato social.
  7. Incluyen procedimientos de aplicación. P. ej, si aceptas el beneficio estás obligado a pagar el coste, que implica que si has pagado el coste, tienes derecho a recibir el beneficio.
  8. No incluyen procedimientos de detección de altruistas. Cuando la tarea consiste en detectar individuos que violan la regla en sentido opuesto, es decir, pagan el coste pero renuncian al beneficio, las personas la resuelven peor.
La Psicología Evolucionista es el enfoque que más repercusión está teniendo entre los psicólogos sociales debido a su mayor interés por los aspectos cognitivos y porque se percibe como una disciplina más cerca que otra. Por otra paste, al centrarse exclusivamente en el ser humano y no estudiar otras especies, sus investigaciones parecen más relevantes para los intereses de los psicólogos sociales.

Una visión evolucionista del prejuicio

La perspectiva evolucionista sostiene que muchos estereotipos, prejuicios y tendencias discriminatorias son el resultado de mecanismos psicológicos que han evolucionado porque proporcionaban beneficios adaptativos a nuestros ancestros, protegiéndoles a ellos y a sus parientes de amenazas sociales concretas: amenazas contra la salud (ej: peligro de contagio de alguna enfermedad), contra la integridad física, contra los recursos que les proporcionaba su propio grupo (territorio, propiedades…), contra las estructuras y los procesos que favorecen el buen funcionamiento del grupo (reciprocidad, confianza mutua, valores comunes..).
En los seres humanos ha evolucionado una sensibilidad a la presencia de claves que anuncian amenazas para el bienestar y la tendencia a responder a esas claves con reacciones emocionales y asociaciones cognitivas que operan conjuntamente e impulsan conductas concretas diseñadas para mitigar el impacto potencial de la amenaza.
La relación entre una clave y una supuesta amenaza se basa en meras probabilidades, ya que su función es facilitar la reacción rápida ante la posible amenaza, lo que a veces puede dar lugar a errores. P. ej, aunque un hombre que se acerca a nosotros corriendo puede plantear un problema físico real, también puede venir para proporcionar ayuda.
El que nazcamos siendo sensibles a claves implican algún tipo de amenaza no significa que esté ya programada hacia señales concretas. Aunque existen algunas a las que somos automáticamente sensibles, la mayoría adquiere su significado gracias a nuestra capacidad innata para aprender de forma rápida aquellas características que predicen amenazas potenciales dentro de nuestro propio contexto. P. ej, no sería coherente decir que el prejuicio racial es producto de la evolución puesto que el contacto con grupos étnicos diferentes es algo demasiado reciente en la historia de la especie humana como para que haya podido sufrir los efectos de la selección natural. Lo que sí ha evolucionado es un aparato psicológico que es sensible a las amenazas potencialmente planteadas por otros grupos, perspicaz en cuanto a qué clases generales de claves implican pertenencia a exogrupos (formas de hablar, rasgos físicos) e inclinado a aprender qué características específicas dentro del ambiente local señalan la pertenencia a exogrupos concretos. Así, las personas no tienen prejuicios contra ciertos grupos por sí mismos, sino por las amenazas que perciben de esos grupos.
En unos estudios en los que analizaban las percepciones de amenaza, los prejuicios, las reacciones emocionales y las inclinaciones conductuales de estudiantes estadounidenses de origen europeo hacia grupos de distintas características étnicas, nacionales, religiosas, ideológicas y de orientación sexual, encontraron que diferentes grupos evocaban percepciones de amenaza muy distintas que se asociaban con patrones emocionales y tendencias conductuales también diferentes.
P. ej, los afroamericanos y mexicanos les evocaban percepciones de mayor amenaza contra la integridad física, mayores niveles de miedo y una mayor inclinación a conductas de protección, como llevar armas; los fundamentalistas cristianos y las feministas activistas eran percibidos como amenazantes para los valores y la libertad personal, y evocaban perfiles emocionales caracterizados por niveles altos de aversión moral e ira, e intenciones de conducta encaminada a proteger los propios valores y la libertad, como sacar a sus hijos de colegios donde enseñaran personas pertenecientes a esos grupos.
Estos resultados fueron confirmados por dos estudios experimentales en los que se hacía creer a los participantes que un número considerable de personas pertenecientes a diversos grupos se estaban trasladando a vivir en la misma zona donde ellos residían, y se manipulaba el tipo de amenaza que cada uno de estos grupos planteaba.
Estos estudios demuestran que lo que causa esa reacción son las amenazas que se perciben de estos grupos. Al controlar estadísticamente el efecto de la amenaza percibida en los diferentes grupos, el tipo de grupo apenas predecía las respuestas emocionales de los participantes, mientras que el carácter de la amenaza sí tenía poder predictivo después de controlar el tipo de grupo. Esto sugiere una continuidad ente los prejuicios sociales y los mecanismos evolucionados más básicos que vinculan amenazas específicas con emociones y tendencias conductuales concretas, lo que explicaría por qué los prejuicios contera determinados grupos cambian con el tiempo o desaparecen.
El énfasis en la especifidad de las amenazas y las emociones es lo que diferencia este enfoque de otros que también explican el prejuicio como respuesta a la amenaza percibida. En la percepción de amenaza influye la sensación de vulnerabilidad ante ese tipo de amenaza porque la situación sea especialmente propicia o porque la persona sea especialmente sensible. Dos experimentos demostraron el efecto de esa interacción entre las características de la situación y las creencias y preocupaciones personales en la evaluación de un estímulo social más o menos amenazante.
En el primer estudio, los participantes (estudiantes blancos) debían primero cumplimentar una escala para valorar su preocupación por la seguridad física. Y a después, en una habitación iluminada o en una casi a oscuras, ver unas diapositivas de jóvenes afroamericanos. Los autores intentaban provocar sensación de vulnerabilidad y preocupación por la protección personal. Se basaban en que la oscuridad debió de ser un indicador válido de vulnerabilidad a ataques físicos en tiempos de nuestros ancestros. Los participantes debían valorar después hasta qué pinto unas características estereotípicas de los afroamericanos, algunas de las cuales estaban relacionadas con la amenaza a la integridad física, p. ej hostilidad y otras no, aunque también eran negativas, p. ej, ignorancia.
En el segundo estudio se realizó un Test de asociación implícita (IAT) en que había que vincular estímulos de personas afroamericanas y blancas con rasgos evaluativos. Algunos de estos rasgos connotaban peligro o seguridad y otros eran agradables o desagradables. Los resultados mostraron que ni la oscuridad ni la tendencia personal a una mayor sensación de vulnerabilidad influían en las valoraciones de las dispositivas o en el IAT, y que en los participantes con altas puntuaciones en la escala BDW se activaban los estereotipos relacionados con el peligro, sólo si habían sido expuestos a la condición de la sala oscura.
Conclusión: las creencias de las personas facilitan la activación de estereotipos funcionalmente relevantes, pero este efecto se da sobre todo en circunstancias que sugieren vulnerabilidad al daño. Neuberg y Cottrell sugieren estrategias para mejorar el éxito de los programas de intervención para reducir el prejuicio: puesto que la gente es sensible a amenazas concretas y esas amenazas son activadas por la percepción de claves específicas, si conseguimos que esos indicios desaparezcan o que la gente deje de prestarles atención, se reducirá el prejuicio.
También podrían diseñarse intervenciones que reduzcan la sensación de vulnerabilidad de la gente a determinadas amenazas. P. ej, el empleo de cirugía plástica para la disminución de la desfiguración corporal en los enfermos de SIDA. Pero para ser eficaz, cualquier medida deberá evitar provocar la percepción de otro tipo de amenazas, p. ej contra los recursos del propio grupo, y tendrá que llevarse a cabo en circunstancias que no potencien la sensación de vulnerabilidad de las personas en las que se quiere reducir el prejuicio.

Dos Formas de Entender la Naturaleza Humana: Competición vs. Cooperación

En unos estudios en que pedían a los participantes que predijeran las decisiones que tomarían diversas personas, encontraron que la gente tiende a pensar que el otro es egoísta mientras no se demuestre lo contrario.
Adoptar un enfoque evolucionista para comprender la mente implica considerarlos en términos económicos, como relacionados con la búsqueda del propio interés. Incluso fenómenos tan aparentemente poco egoístas como el altruismo pueden interpretarse como causados por el beneficio que supusieron para nuestra especie. Pero esto no significa que seamos intrínsecamente egoístas y competitivos. Una cosa es cómo funcionan nuestros genes y otra cómo funciona nuestra mente. Es muy verosímil la idea de que, además del propio interés la selección natural ha debido favorecer también la cooperación.
Uno de los pioneros en esta materia ha sido Frans de Waal, un primatólogo. Su argumento de que para las personas es adaptativo esforzarse para asegurar su propia supervivencia y reproducción e intentar conservar relaciones sociales valiosas con otros miembros de su grupo y coordinarse con ellos es compartido cada vez por más investigadores. Como afirma Alan Fiske, “excepto en el caso de los sociópatas, la gente ayuda a los demás sobre todo para iniciar, mantener, reforzar o reparar relaciones sociales, no simplemente debido a imposiciones externas o porque la ayuda sea un medio de lograr otro objetivo”.
Un requisito para poder sobrevivir de la caza y la recolección es la cooperación, no sólo dentro del grupo sino también entre grupos. En la mayoría de las “sociedades simples”, la cooperación y compartir los recursos valorados con el resto de los miembros del grupo se considera un símbolo de ser humano. No hay casi restos fósiles que demuestren que la violencia entre grupos fuera algo habitual entre nuestro ancestros antes de la aparición de la agricultura.
Frans de Waal analiza la dualidad e la naturaleza humana revisando los paralelismos existentes entre nuestra especie y nuestros dos parientes más próximos: el chimpancé y el bonobo. Los estudios de primatólogos han mostrado las tendencias competitivas y agonísticas del chimpancé; su dureza le ha creado una reputación de hambriento de poder e incluso de asesino. En cambio el bonobo es diferente. Ambas especies están igual de cerca a nosotros en el árbol genealógico, pero las comparaciones con los chimpancés han dominado los medios de comunicación y se las ha utilizados para buscar las raíces de la violencia y la guerra.
Hasta hace poco nada se sabía sobre el bonobo. Pero se ha descubierto unos rasgos característicos de la vida social de esta especie que permiten rastrear algunos de nuestros logros culturales. P. ej, mientras entre los chimpancés la dominancia es ejercida por los machos y el ambiente competitivo es la tónica general, la organización social de los bonobos es de naturaleza cooperativa y está dominada por las hembras, que mantienen fuertes lazos entre ellas. Además los bonobos emplean el sexo no sólo con fines reproductivos o exhibición de poder, sino para resolver conflictos y restablecer la paz.
Según de Waal, nuestra naturaleza es dual porque hemos heredado de nuestros ancestros comunes con chimpancés y bonobos esos dos tipos de tendencias que han resultado ser útiles para resolver las demandas que nos planteaba el medio.

La Peligrosa Idea de Darwin: El Problema de la Continuidad Evolutiva

Darwin decía que el ser humano era una especie más que ha evolucionado a partir de especies ancestrales y que comparte esos ancestros con los primates actuales. Su teoría tuvo muchas críticas, llegando a la ridiculización tanto de sus ideas como del propio Darwin, extendiéndose el bulo de que el hombre viene de los monos actuales. Pero no fue sólo la Iglesia la que se opuso a las ideas darwinistas. Desde finales del s. XIX, cuando la Sociología y la Biología se hicieron independientes los científicos sociales han reclamado para sí el estudio de la “socialidad”, mostrándose recelosos hacia las teorías biológicas por miedo al reduccionismo.
Otro antecedente más determinante del rechazo a lo biológico fue la asociación entre determinismo biológico y clasismo o racismo, representada por el darwinismo social de Spencer y la eugenesia de Galton. Muchos de esos científicos sociales abrazaron el credo opuesto, abanderado por el agrónomo Lysenko, que sostiene que los deseos y creencias de las personas son construcciones sociales arbitrarias que pueden ser fácilmente moldeadas por ingenieros sociales. Tales argumentos se utilizaron para justificar la represión y el genocidio de los regímenes marxistas de países como China o la URSS.
Lamarck decía que cada especie había sido creada por separado, e iban evolucionando hacia estadios cada vez más complejos mediante la herencia por parte de los descendientes de los caracteres adquiridos por los padres durante su vida. Las especies podían representarse en una escala de complejidad creciente que culminaba en el ser humano. Aunque esta teoría es incorrecta, la idea del ser humano como la especie “más evolucionada” sigue teniendo vigencia.
Fue en esta visión de la evolución en la que se inspiró Spencer al proponer su enfoque sobre el progreso de las sociedad. Proponía que las sociedades humanas se habían ido haciendo gradualmente más desarrolladas, lo que explica la distancia entre el “europeo de gran cerebro” y los “hombres primitivos” del planeta. Las ideas de Spencer sobre la evolución como progreso y sobre la “supervivencia del más apto” tuvieron acogida en EEUU porque justificaban las doctrinas capitalistas en auge. Años más tarde tuvo influencia en los argumentos de Hitler sobre la pureza de la raza.
También los primeros antropólogos abrazaron la idea de que las sociedades humanas progresaban a través de escalones sucesivos. Las culturas superiores se asociaban con razas más avanzadas, cuyos miembros poseen cerebros más grandes y eficaces. Pero mientras algunos admitían que todas las razas humanas compartían un ancestro común, otros consideraban que las distintas razas eran en realidad especies diferentes, lo que justificaba la esclavitud como algo natural.
Estas ideas iban en contra de uno de los principales postulados de Darwin: que la evolución de las especies se basa en la variación dentro de la población, no en la homogeneidad. Sin variación no hay material sobre el que la selección natural pueda actuar para hacer que la especie evolucione. Cuando la teoría de Darwin y los descubrimientos de Mendel se unieron para dar lugar a la Teoría Sintética de la Evolución, los estudios sobre la variación genética en las poblaciones naturales demostraron que las diferencias entre poblaciones humanas son pequeñas en comparación con la gran cantidad de variación existente dentro de cada una, lo que daba la razón a Darwin y suponía un argumento en contra del racismo.
El hito más reciente en esta polémica es la publicación de la obra de E. O. Wilson Sociobiología: la nueva Síntesis. Expone las bases biológicas de la conducta social animal. Aunque la premisa de los sociobiólogos de la eficacia biológica inclusiva ha demostrado tener bastante fuerza, la polémica surge cuando pretenden aplicar los mismos principios para explicar la conducta del homo sapiens. Las reacciones de los científicos sociales no han sido favorables a esta intromisión y algunos han acusado a la Sociobiología de reduccionismo biológico y determinismo genético.
La base de este recelo es la vieja noción de excepcionalidad de nuestra especie, enraizada en la religión judeo-cristiana. Puesto que somos únicos, para comprender nuestra mente, nuestra conducta y los productos de éstas son necesarios constructor teóricos diferentes. Pero desde el enfoque evolucionista no se niega que el ser humano sea único, sino que todas las especies son únicas, cada una con sus características específicas, y una de las más distintivas de la especie humana es la influencia que ejerce la cultura sobre su pensamiento y conducta. Por otra parte, que cada especie sea diferente no implica que no exista una continuidad evolutiva entre ellas.
Aunque muy pocos rechazan la continuidad evolutiva en lo físico hoy, de ahí a sugerir que nuestras capacidades mentales y tendencias sociales han evolucionado a partir de ancestros comunes con otros primates hay un salto que muchos consideran injustificado. Pero si seguimos por aquí la única salida que nos queda es el creacionismo o la teoría del “diseño inteligente”, que cree que el hombre apareció un buen día sobre la faz de la tierra y se puso a hablar y a crear cultura. Esta teoría argumenta que ciertas estructuras vivientes son demasiado complejas para ser el resultado de la evolución, y que son una muestra de que existe una intervención de un diseñador inteligente. Esta teoría, que se basa en la interpretación literal del libro del Génesis cuanta con numerosos adeptos, sobre todo en EEUU. Según una encuesta, el 47% de los estadounidenses cree que el ser humano fue creado directamente por Dios. En los años 70, los estados de Arkansas y Louisiana exigieron que, si se enseñaba evolución, debería dedicarse al mismo tiempo a la “ciencia de la creación”.
El rechazo a la continuidad evolutiva entre nuestra especie y las demás se debe no a una cuestión religiosa, sino a una mala interpretación de su significado. Ninguna especie es simple, todas han llegado a ser como son gracias a un complicado proceso de selección natural que ha ido favoreciendo la versiones que mejor se adaptaban a las condiciones en que cada una vivía. Los monos no son más simples ni menos evolucionados que las personas, lo que ocurre es que no han desarrollado las mismas capacidades porque no se han enfrentado a los mismos retos ambientales o porque las variaciones sobre las que ha actuado la selección natural han sido distintas en ellos.
Defender la continuidad evolutiva entre todas las especies implica que todas están emparentadas entre sí a través de antepasados comunes, no que unas desciendan directamente de las otras. Además, la continuidad no es sinónimo de progreso lineal. No es que tengamos lo mismo que nuestros antepasados pero más perfeccionado, sino que existe cabida para procesos y capacidades emergentes. Sólo así es posible la adaptación a cambios imprevisibles en el medio. En el caso humano gran parte de esos cambios son provocados por nosotros mismos.
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